Autor: Alejandro E. Ochoa
Hace décadas que el tema del conocimiento y de la información como motor de la economía es objeto de discurso y estudio. El desplazamiento ha sido vertiginoso y quizás, en esa misma medida, la reflexión ha cedido el paso a la procura de respuestas para adecuar el discurso, formas y procedimientos a ese desplazamiento que es esencialmente la intangibilidad de los bienes sobre los cuales se construye la economía. La situación vista desde una mirada no economicista sino de quien indaga sobre la naturaleza de la sociedad que lo experimenta, es lo que nos interesa abordar acá. En todo caso, es más una indagación de un tema que la definición de la economía de conocimiento como un útil para cuantificar el desempeño económico de una sociedad.
El surgimiento del sector servicios como el motor de la economía postindustrial planteó el tema de la intangibilidad de los bienes de intercambio como una forma de avanzar sobre lo que más adelante denominaríamos la sociedad post-materialista para referirse a una idea de una sociedad que define su idea de bienestar desde una mirada del disfrute de lo intangible. Curiosamente, el rango del disfrute va desde lo banal hasta lo más trascendente en términos de la propia especie humana
Para hacer el tránsito breve, la sociedad contemporánea en la actualidad se caracteriza por la virtualización de la economía porque esencialmente el criterio para la definición de precios, ofertas y demandas ya no se dan en un proceso de intercambio real de bienes sino en uno de intercambio de información sobre los potenciales bienes que se intercambiarán en el futuro. Se trata de mercados anticipados que gobiernan la definición de precios. Este primer giro en la espiral de una economía del conocimiento será aquella asociada a los procesos de intercambio con información imperfecta. Es casi una paradoja a primera vista, que todos los modelos que se construyeron sobre el intercambio económico fundado en la información perfecta nunca privilegiaron tanto la información hasta que se materializó la posibilidad que la información, después de todo, no sea perfecta. Evidentemente, eso procuro la expansión temporal de los mercados. La venta a futuro se convirtió en el modo más expedito para enfrentar la incertidumbre de los mercados. La información pasó así a ocupar un lugar propio dentro de los objetos de intercambio por lo cual se paga. La información devino en “materia prima” para fijar precios, influir en los mercados y tener ventajas comparativas y competitivas. Sin embargo, este valor de la información siempre se ha manejado en el ámbito del intercambio económico. Podríamos decir que el gran cambio es la expansión temporal que obliga a a economía estar centrada en la información sobre la mercancía más que la mercancía misma como el criterio para la definición de precios.
Sin embargo, existe un aspecto adicional en el ámbito económico que tiene que ver con la satisfacción a través de intangibles y la expansión de las cadenas productivas para finalmente alcanzar el producto de intercambio en el mercado. Mientras más largo y complejo sea el procesamiento de la materia prima para finalmente alcanzar la realización del producto, en esa misma medida será necesario un mayor conjunto de conocimientos y unos niveles más elevados de competencias cognitivas. La producción de bienes deja de ser un asunto de los sectores primarios y secundarios de la economía para incorporar al sector de servicios como factor crítico para el éxito: la educación y la formación de capacidades profesionales. La educación irrumpe en el ámbito económico desde el ámbito de la reproducción social y cultural para constituirse en un aspecto estratégico para la competitividad económica. La transformación que la tecnología ha hecho del trabajo en el presente ya no es la substitución de la mano de obra por la tecnología sino la necesidad de una “mano de obra” que es esencialmente hábil en el manejo de las herramientas del conocimiento.
El conocimiento deviene en una “materia prima” que tiene un carácter de intangibilidad que genera lo que quizás parecía un imposible: La “reserva de trabajadores” se ha expandido de las sociedad-nación para alcanzar la totalidad del planeta. Se produce así un ensanchamiento de la oferta de trabajo que supera con creces la demanda. El sector que intercambia su trabajo por un pago se ha ampliado a niveles insospechados y ha generado nuevos bolsones de miseria en función ya no sólo de la precarización del empleo, sino la expansión de la mano de obra porque a fin de cuentas, el conocimiento no ocupa lugar. Las tecnologías de información y comunicación han ampliado la noción de teletrabajo a niveles que nos permiten observar se dan procesos de compra y venta de la fuerza de trabajo sin la mediación de la sociedad, sus leyes y sus instituciones. Se da una trasnacionalización del trabajo que afecta de múltiples formas a las sociedades. Veamos algunas de esas consecuencias.
A primera vista, la posibilidad de vincularse desde cualquier parte del mundo con un proveedor mundial de empleo permite: a) la invisibilidad del patrono, b) la pérdida de los aspectos vinculados al riesgo laboral y la protección, ahora más evidente que nunca, social del trabajador y c) la evasión de los dispositivos legales para mantener regímenes laborales acordados en una determinada sociedad. Es la virtualización de las maquilas industriales lo que propiciará, una trasnacional al revés: No hace falta que la trasnacional salga a buscar empleados sino que los empleados se postularán a las empresas desde cualquier parte del planeta. El empleado crea así la “burbuja laboral” aquella que le permite el disfrute de un salario internacional sin las obligaciones sociales que le permitan enfrentar la incapacidad por accidente o vejez. El trabajo finalmente se convierte en un “objeto de intercambio” instantáneo sin obligaciones que vayan más allá del uso inmediato.
Hasta ahora, hemos concentrado la mirada en lo que se refiere a los aspectos asociados al conocimiento desde la perspectiva que nos da el hasta ahora asalariado y lo que ahora parece devenir en un trabajo desarraigado y alienado de su entorno social inmediato. Pero, ¿Qué sucede a la sociedad en su conjunto cuando el conocimiento adquiere la dimensión de ser un referente económico importante?
La sociedad del conocimiento, esa que viene aparejada a la economía del conocimiento parece estar en la encrucijada de devenir parte orgánica de ese extrañamiento de lo social para inaugurar un proceso de sociedades en franco retroceso en sus capacidades de producción cultural y social para convertir a la educación en un servicio con un costo y acceso restringido para garantizar que como servicio se pueda ofrecer sin vinculación con la sociedad en concreto y sí con las necesidades laborales de las trasnacionales o, en todo caso, las demandantes del conocimiento. La otra posibilidad, es la de optar por una mirada geopolítica que busque no sólo la continuidad de la nación en términos de instituciones sino de la condición de arraigo e identidad asociada al espacio físico vital en el cual el ser humano inevitablemente está atado por razones naturales.
Ante esta disyuntiva, la economía del conocimiento puede significar que tenemos dos cursos de acción posible: la aceptación del proceso de desarraigo y universalización del conocimiento en tanto servicio cuyo disfrute está signado por las fuerzas del mercado y que propiciarán no sólo una brecha cognitiva entre naciones sino además al interior de la propia sociedad con las consecuente fragmentación social y cultural y atomización de la conducta de los ciudadanos en términos de acceso al conocimiento en una suerte de lo que pudiera entenderse constituye un “apagón educativo global”. La otra posibilidad es la de hacer del acceso al conocimiento la condición de posibilidad para un proceso de una sociedad de conocimiento y una economía del conocimiento que deberá elaborar algo más que el acceso al conocimiento como útil para los procesos de producción de bienes y/o el mejoramiento de las cadenas productivas en todos sus aspectos. Se trata de la reconstitución de la economía del conocimiento desde el reconocimiento del conocimiento como un producto socio-cultural que responde y está condicionado a un proyecto histórico.
Esto último es fundamental para aproximarnos a una economía del conocimiento ya no desde una mirada solamente condicionada por las mejorías en los procesos productivos en términos cuantitativos sino cualitativos. Es, para decirlo brevemente, permitir que el acceso al conocimiento propicie un discernimiento crítico que impulse a la sociedad como protagonista de los procesos de producción económica, no sólo en términos de su condición de objetos de producción sino en lo que constituye uno de los centros sobre los cuales entendemos el desarrollo endógeno (ver Ochoa y Pilonieta, 200), a saber que tengamos la posibilidad de decidir sobre los procesos y los modos de realizar el desarrollo de los entornos locales para la subsistencia y el buen vivir de todos.
La economía del conocimiento entonces, supondrá que más allá del conocimiento como útil será precisamente el contexto funcional y axiológico desde el cual una sociedad se empeña en desarrollarse con la capacidad crítica de distinguir los fines que le son propios y aquellos que le son impuestos desde una cosmovisión que no necesariamente los reconoce, ni los coloca en el centro de la realización del mismo.
La economía del conocimiento es así entonces, solamente una instancia de lo que deberá ser la sociedad del conocimiento o del talento. Aún más, será el punto de partida para aproximarnos a una sociedad en la cual el saber más que celebrado como una rareza sea el contexto desde el cual una sociedad asume sus responsabilidades con el presente y el futuro.
Referencia
Ochoa y Pilonieta, 2006. Desarrollo Endógeno: Una aproximación conceptual. En “Aprendiendo en torno al Desarrollo Endógeno”. Consultado en: http://www.cenditel.gob.ve/node/417